domingo, 17 de febrero de 2008

Aquella primera vez

En el tren de camino a base cero, al estar sentado, por debajo del abrigo asomaban los reflectantes y medio símbolo, de modo que cualquiera que se fijase detenidamente o estuviera familiarizado con ellos podría reconocerlos. Le habían dejado claro que ser identificado de uniforme le obligaba a responder ante cualquier imprevisto, lo cual, dada su nula experiencia, sin contar con el respaldo de compañeros, medios y la central, no podía deparar nada bueno en caso de haber complicaciones. Aún así, no se preocupaba demasiado por ello, pues como la mayoría de los ocupantes del tren a esas horas, estaba demasiado absorto en sus propios pensamientos como para ir analizando al resto de viajeros. Mientras contemplaba el paisaje en movimiento por la ventana, se seguía replanteando sus motivaciones. Sabía que iba en busca del dolor ajeno con el objetivo de paliar el suyo, echando por tierra todos los principios de altruismo que deberían estar presentes y manchando las buenas intenciones anteriores o futuras, imposibilantando cualquier mérito posterior por su labor. Había aprendido a conocerse y era inútil intentar engañarse a si mismo, ni siquiera trataba de justificar su pena en tópicos como el fracaso académico o sentimental, pues no hubiera sido más que una pobre excusa para tapar el desprecio que sentía por él mismo.

Llegado a base cero, se apartó de dichos pensamientos según se iba aproximando al Lima, dado que, independientemente de sus motivaciones, no pensaba dejar que influyeran en sus actos. Habiendo acudido desde el primer día por voluntad propia y sin ánimo de lucro, odiaba a aquellos que venían sin desearlo y lo último que hubiese deseado era actuar como ellos. Una vez asignada su unidad, se dirigió al encuentro de sus compañeros rezando para que no fueran de ese tipo de personas. Siendo activos las probabilidades eran escasas, pero nunca se sabía. Fue saludando a los que se iba cruzando de camino a la nave, impresionando con la actividad que se desplegaba en los cambios de turno. Base cero, normalmente de una quietud casi inquietante, era un hervidero de gente que llegaba, gente que se iba, conocidos saludándose al paso, comentarios de lo acontecido durante el último turno, expectativas para el siguiente, quejas contra los que se estaban retrasando, quejas de los que se habían visto obligados a retrasarse. Para ser un lugar asociado con el dolor y la muerte, rebosaba vida y la mayoría de los que regresaban, a pesar del cansancio o de lo que pudieran haber visto, tenían la sonrisa del que se siente orgulloso y satisfecho con lo que hace.

Una vez localizada su unidad, después de que le tuvieran que indicar a dónde dirigirse, se presentó a sus compañeros. Era la primera vez que los veía, puede que no volviese a verlos, pero eso pasaría a ser un detalle sin importancia, ya que durante las próximas horas iba a confiar en ellos como si los conociese de siempre. Habían pasado a ser un equipo, de sus acciones dependería el bienestar de otras personas, por lo que deberían organizarse, compenetrarse y ayudarse sin dejar lugar a individualismos o desconfianzas que sólo traerían complicaciones. Además, como aspirante que era, le restaba mucho por aprender y estaba más que dispuesto a preguntar, escuchar y aprender de aquellos que tenían más experiencia que él. Se alegró de poder comprobar simplemente mirándoles a los ojos de que había dado con gente abierta y sociable, dispuesta a colaborar, comprender y aconsejar. La jornada prometía ser interesante.

Resultó ser más de lo que había podido imaginar.

Se pusieron en marcha a la base adjudicada, la número ocho, mientras se desarrollaban las típicas preguntas de los que acaban de conocerse, deteniéndose a comprar algo para comer por el camino. Cuando llegaron a la base, se sorprendió de lo espaciosa que era. Esperaba encontrarse una pequeña sala de espera y se encontró con el equivalente a un apartamento, con cocina, dos habitaciones para dormir, una pequeña sala de estudio y baños separados para hombres y mujeres. También tristemente famosa por perder la señal de televisión a ratos, sobre lo cual se hicieron bastantes comentarios, dada su ocupación habitual. Aunque debería haber funcionarios presentes, pues su turno comienza antes para facilitar los relevos, la base estaba vacía, lo que aumentaba la sensación de espacio. Casi al momento llegaron, comentando que iba a ser una guardia tranquila, pues era uno de esos días en los que se habían llenado las plazas y tenían más gente de la que era necesaria. Sin ir más lejos en esa misma base, normalmente de las más movidas, había tres equipos en vez de los dos habituales, así que eran más a repartirse el trabajo, y ellos, los últimos en ser llamados por su falta de nivel.

Aún así, no hay nada que no esté sujeto a las leyes de Murphi, pues mientras estaban comiendo el tetra emitió su característico pitido indicando que tenían un aviso. Dejó el bocadillo a medias sobre la mesa, el corazón acelerado por la emoción, y siguió a sus compañeros mientras daban las claves uno y dos. El aviso había entrado como un dos-tres, una de esas opciones comodín de las que se podía esperar cualquier cosa, lo que no sirvió para mejorar sus nervios. Descubrió lo difícil que resultaba ponerse los guantes, maldiciendo las horas de teoría infumables que se habían podido aprovechar para practicar ese tipo de cosas antes de permitir ir a la calle. Atravesaron el tráfico de Madrid a buena velocidad, lo que para una persona acostumbrada a ver las mareas de coches desde la acera no puedo ser menos que impactante. Llegaron al lugar del aviso en pocos minutos, dándose entonces cuenta de que no estando ni el puesto del conductor ni encargándose de las comunicaciones le correspondía a él ser el primero en bajarse.

Localizaron a la persona que se encontraba tendida en el suelo, y tras cerciorarse de que no había ningún tipo de peligro en las proximidades, procedieron a acercarse. Aunque para ser fieles a la verdad, se acercaron sus compañeros, pues él se había quedado clavado al suelo. Sus músculos se negaban a responder. Aunque la calle, al lado de un parque y rodeados de curiosos, era muy ruidosa, no distinguía más que un amortiguado murmullo de fondo. Uno de sus compañeros se volvió para decirle algunas palabras de ánimo, pero no consiguió distinguirlas. Seguía viendo la escena con total nitídez, pero tenía la sensación de que aquello no tenía que ver con él. Intentó calmarse, centrarse en lo que había venido a hacer...

El tiempo se detuvo. Mi vida pasaba ante mis ojos. Sólo que no era exactamente mi vida al completo, si no más bien como si un macabro director excesivamente cruel hubiera seleccionado sólo las peores escenas. En las que no había sabido como actuar. En las que había actuado como un cobarde. En las que me había sentido culpable. En las que me había avergonzado. En las que había sido humillado. En las que había huido. En las que el miedo me había impedido actuar. En las que había intentado cambiar sólo para recaer en mis errores. En las que me había sentido inseguro. La proyección dio paso a la escena actual y una única idea brilló en mi mente: esta vez iba a ser diferente. Había llegado a un punto de inflexión en el que no estaba dispuesto a seguir siendo así. Había llegado el momento de empezar a cambiar y a obrar en consecuencia. Me dije a mí mismo que esta vez el cambio era para mantenerse.

... y consiguió reaccionar. Apenas habían pasado un par de segundos. Mantuvo el ruido general en un murmullo para que no le distrajese, pero filtró las voces de sus compañeros y logró oírlos con perfecta claridad. Se acercó a ellos, dejándoles hacer consciente de su falta de experiencia, atento a cualquier ayuda que pudiera prestar y grabando mentalmente la actuación dispuesto a no dejar de aprender. Sabía a lo que venía y tenía la intención de esforzarse al máximo, sin ser una molestia. Aunque nadie pudiera darse cuenta, se había producido un cambio.

Al final el aviso resultó no ser más que un indigente tumbado al sol, que salió corriendo tras unos jóvenes que le estuvieron provocando. Regresaron a la base comentando que había sido un poco atípica y decepcionante como primera intervención. Sin embargo, él pensaba lo contrario, pues le había servido para darse cuenta de sus miedos e incapacidades, independientemente del resultado. Pasaron el resto del turno bastante tranquilos, atendieron dos avisos más en los que tuvieron que tratar heridas leves de un tres-nueve en Atocha y de un dos-tres de un drogodependiente rehabilitado al que hubo que trasladar desde su centro. Estuvieron charlando con los funcionarios y comentando los gajes del oficio. Se perdieron un tres-uno por un par de minutos, pues fue dado nada más llegar a base la unidad de funcionarios que les estaba levantando los avisos, una lástima, ya que hubiera sido toda una experiencia para una primera guardia. Aún así fueron unas horas que difícilmente olvidaría.

Acabado el aviso del drogodependiente, que había sido a última hora y ya pasaban del cambio de turno, le dejaron en base cero mientras acababan de realizar las revisiones y tramites del fin de turno, pues para ese primer día había solicitado doblar turno haciendo el segundo con funcionarios. Al despedirse le desearon una buena guardia y le dijeron el típico "a ver si coincidimos en una próxima".

Parecía la típica frase que se dice como mero formalismo. De hecho, es más que probable que para dos de los interlocutores careciera de significado o intención. Sin embargo, para el tercero estaba llena de significado. Pues le planteaba una de las dudas que había estado evitando hasta entonces: si seguiría adelante con eso. Por segunda vez en ese día el tiempo pareció distorsionarse, alargándose. Pensó en la inseguridad ante los avisos en los que no sabría como reaccionar. En la satisfacción de hacer lo que creía correcto. En la frustración ante lo irrecuperable. Las miradas iluminadas de los que esperan la salvación. Las del odio cuando no se produce. La impotencia del realmente no sabe nada. EL miedo. El altruismo. Vergüenza. Orgullo. Vida muerte esperanza desesperación...

"Sí, a ver si en una próxima".

El formalismo que cabe esperar como respuesta. Pero más allá de lo que cualquier espectador de la conversación hubiera podido apreciar, en esa afirmación estaba encerrada la voluntad de volver. Apenas unas horas antes había descubierto la voluntad de actuar, de superarse ante lo que aconteciese. Y en aquella segunda pregunta había redescubierto la voluntad necesaria para, una vez actuado una primera vez en lo desconocido, regresar una vez más sabiendo con lo que se encontraría, ya que a pesar de todo lo negativo que podía haber, quedaba compensado con lo positivo y con el hecho de que, fuera por lo que fuera, le gustaba. Cogió sus cosas y se encaminó una vez más al encuentro del Lima, para saber con que unidad haría el siguiente turno. Ahora, con la seguridad de que estaba donde quería, de que disfrutaba con ello y la certeza de que volvería más veces, fue a conocer a sus nuevos compañeros. Comenzaba un nuevo capítulo en la aventura de su vida.





Ahora estoy contemplando el uniforme sobre la cama. Apenas usado, conserva sus vivos colores, contrastando con los colores apagados de la ajada colcha, como una exclamación acusadora. En otra ventana del ordenador está la lista de aprobados del examen del TEM básico. Han pasado ya varios meses desde aquella primera guardia. Más aún si contamos desde que empecé con la formación teórica. En estos meses he tenido varios momentos en los que me he planteado dejarlo y otros tantos en los que me tenía claro que no lo dejaría. A pesar de todo lo que me prometí a mí mismo aquel día, sigo estando lleno de dudas. En el fondo poco he cambiado en ese aspecto. Aunque sigo intentándolo. Hasta ahora no lo había comentado, pues hasta ahora era algo que quería hacer por mí y para mí mismo, sin dejarme influenciar por opiniones ajenas ni tener que justificarme o explicarme. Anteriormente buscaba el apoyo o presión general para intentar animarme con ciertos objetivos, con resultados nulos, o incluso negativos al tener que exponer mis fracasos. Por eso esta vez lo he mantenido oculto. Y hasta ahora he conseguido mantenerme firme. Pero tras el reciente fracaso de mi fuerza de voluntad en los exámenes de febrero, me he planteado su irrelevancia y me ha llevado a recordar aquella primera guardia en el SAMUR.


2 comentarios:

María dijo...

"Sabía que iba en busca del dolor ajeno con el objetivo de paliar el suyo" En el fondo todo lo hacemos por una causa, en el fondo todo lo hacemos por y para nosotros, en el fondo el mayor altruista no busca más que consciente o inconscientemente sentirse bien, y su forma de sentirse bien es ayudando a los demás. No has de sentirte culpable por ello, es normal.

Increible todo lo que te pasó por mente al ver el cuerpo tendido... será que de inmediato nos ponemos en el lugar del otro... vemos más cerca el fin de nuestra vida y nos hace valorarla más, olvidando miedos y obstáculos que nos ponemos nosotros mismos y viendo que hemos de exprimir cada segundo..

Nunca se está al 100% seguro de nada. ¿sólo por no tener absoluta certeza de que es lo que quieres no lo vas a intentar siquiera? alguien me dijo esto alguna vez... :)
Siempre tendremos momentos de seguridad plena, de incertidumbre, dudas y miedos, cansancio, deseo de cambio.. también son esos momentos difíciles los que hacen que se valoren los buenos. Como dice una frase 'porque sin lo amargo lo dulce no es tan dulce'
Pero hay que seguir adelante, para encontrar cosas nuevas dentro de lo mismo.

Enhorabuena por el título, enhorabuena por la maravillosa iniciativa de meterte ahi :)

Anónimo dijo...

¡Madre mía!