Es curioso como hasta hace poco no me había dado cuenta de lo necesario que es contar con un procesador de texto, concretamente con un Word, en el que poder plasmar desde las ideas más absurdas e infantiles hasta los pensamientos más profundos. Y aún estaba asimilándolo cuando yo mismo he puesto en peligro la integridad del mio.
Hay infinidad de procesadores. Cada uno tiene sus preferencias, basándose en los gustos personales, las experiencias con cada uno o simplemente aquel que sepamos o podamos usar. En mi caso, hasta hace poco, sólo tenía el bloc de notas. Era, y sigue siendo, el mejor para escribir todo aquello que este en contacto con la parte más primitiva, para dejarse de florituras y centrarse en lo que se escribe, usándose para aquello que se puede expresar de la manera más cruda. Sin embargo, somos seres complejos. Hay cosas que no se pueden tratar con el bloc, por mucha confianza que nos inspire. Demasiadas cosas.
En esta situación estaba cuando descubrí el Word. Más que descubrirlo yo se puede decir que el clip me saltó, me dio un par de bofetadas y me hizo comprender que estaba allí para algo. Me enseño que con él podía expresar todo lo que tuviera necesidad de dejar por escrito. Me ofrecía un interfaz amigable, un entorno adecuado. Lo lógico sería pensar que todos tan contentos. Pues no.
Lamentablemente, me aterraba la idea de escribir. La hoja en blanco me daba pánico. Me dedicaba a trastear con sus opciones, comprobar que podía hacer, que sugerencias me mostraba, incluso poner un par de lineas de prueba. Pero no redactar algo complejo. No escribir para lo que realmente está diseñado. Por no acostumbrarme. Por que no podía permitirme el lujo de acostumbrarme.
Mi ordenador estaba lleno de virus. Funcionaba lento, se perdían archivos, se malinterpretaban comandos. Un desastre. Hasta el propio Word se daba cuenta. Me proponía que redactase los problemas para que su servicio técnico los solucionase. Todavía me aparece una sonrisa cuando lo recuerdo. Una sonrisa triste. Pero sonrisa al fin y al cabo. Ya que lo que un Word no tenía manera alguna de saber es que el principal virus, el problema mayor, el que agrandaba y eclipsaba al resto, era él mismo. El propio Word.
Así que simplemente lo dejaba correr. Llega un momento en el que te acostumbras a los virus. Deseas acostumbrarte a ellos. Porque aunque no llegase a usarlo, simplemente el saber que tenía la capacidad de hacerlo bastaba para que mis días fuesen mejores. No os podéis imaginar cómo de mejores. Sin embargo, acostumbrarse a un problema no es lo mismo que solucionarlo. Y este no estaba solucionado.
Llego un punto en el que los virus pasaron el limite de lo permisible. Así que no me quedo más remedio que formatear el sistema. Intentar empezar de cero. No sin antes redactarle al Word el motivo del reinicio. Lo menos que podía hacer.
Cuando recuperé el sistema, comprobé que se había reinstalado. Una nueva versión del Word había aparecido. Parecía idéntica, pero no era la misma. Parecía disponer de las mismas opciones, pero había sutiles cambios. Había desaparecido parte de la confianza. Ahora el Word sabía que el virus era suyo, y había un firewall corriendo. Además el Word también tiene sus propias limitaciones y problemas. Igual que antes, sólo que el botón de ayuda parece no funcionar como antaño. Ya no me siento capaz de intentar solucionar sus problemas. Ahora me da más miedo enfrentarme a una página en blanco.
Y así ando ultimamente. Sólo el tiempo puede decir que pasará con mis procesadores. En este estado de incertidumbre, me planteo si hubiera sido mejor dejar las cosas como estaban, con los virus campando a sus anchas por el sistema, pero con la seguridad y la felicidad que me aportaban contar con el Word. De momento es pronto para saber. Así que toca limitarse a esperar.
De momento he conseguido dejar de plantearme el funcionamiento de mi ordenador. Pero me temo que no basta. Por que igual que Philip K. Dick se preguntaba si los androides soñarían con ovejas electrónicas, yo pierdo el sueño preguntándome qué pasará por la mente de mi Word.
Y no sé si realmente quiero saberlo.
Hay infinidad de procesadores. Cada uno tiene sus preferencias, basándose en los gustos personales, las experiencias con cada uno o simplemente aquel que sepamos o podamos usar. En mi caso, hasta hace poco, sólo tenía el bloc de notas. Era, y sigue siendo, el mejor para escribir todo aquello que este en contacto con la parte más primitiva, para dejarse de florituras y centrarse en lo que se escribe, usándose para aquello que se puede expresar de la manera más cruda. Sin embargo, somos seres complejos. Hay cosas que no se pueden tratar con el bloc, por mucha confianza que nos inspire. Demasiadas cosas.
En esta situación estaba cuando descubrí el Word. Más que descubrirlo yo se puede decir que el clip me saltó, me dio un par de bofetadas y me hizo comprender que estaba allí para algo. Me enseño que con él podía expresar todo lo que tuviera necesidad de dejar por escrito. Me ofrecía un interfaz amigable, un entorno adecuado. Lo lógico sería pensar que todos tan contentos. Pues no.
Lamentablemente, me aterraba la idea de escribir. La hoja en blanco me daba pánico. Me dedicaba a trastear con sus opciones, comprobar que podía hacer, que sugerencias me mostraba, incluso poner un par de lineas de prueba. Pero no redactar algo complejo. No escribir para lo que realmente está diseñado. Por no acostumbrarme. Por que no podía permitirme el lujo de acostumbrarme.
Mi ordenador estaba lleno de virus. Funcionaba lento, se perdían archivos, se malinterpretaban comandos. Un desastre. Hasta el propio Word se daba cuenta. Me proponía que redactase los problemas para que su servicio técnico los solucionase. Todavía me aparece una sonrisa cuando lo recuerdo. Una sonrisa triste. Pero sonrisa al fin y al cabo. Ya que lo que un Word no tenía manera alguna de saber es que el principal virus, el problema mayor, el que agrandaba y eclipsaba al resto, era él mismo. El propio Word.
Así que simplemente lo dejaba correr. Llega un momento en el que te acostumbras a los virus. Deseas acostumbrarte a ellos. Porque aunque no llegase a usarlo, simplemente el saber que tenía la capacidad de hacerlo bastaba para que mis días fuesen mejores. No os podéis imaginar cómo de mejores. Sin embargo, acostumbrarse a un problema no es lo mismo que solucionarlo. Y este no estaba solucionado.
Llego un punto en el que los virus pasaron el limite de lo permisible. Así que no me quedo más remedio que formatear el sistema. Intentar empezar de cero. No sin antes redactarle al Word el motivo del reinicio. Lo menos que podía hacer.
Cuando recuperé el sistema, comprobé que se había reinstalado. Una nueva versión del Word había aparecido. Parecía idéntica, pero no era la misma. Parecía disponer de las mismas opciones, pero había sutiles cambios. Había desaparecido parte de la confianza. Ahora el Word sabía que el virus era suyo, y había un firewall corriendo. Además el Word también tiene sus propias limitaciones y problemas. Igual que antes, sólo que el botón de ayuda parece no funcionar como antaño. Ya no me siento capaz de intentar solucionar sus problemas. Ahora me da más miedo enfrentarme a una página en blanco.
Y así ando ultimamente. Sólo el tiempo puede decir que pasará con mis procesadores. En este estado de incertidumbre, me planteo si hubiera sido mejor dejar las cosas como estaban, con los virus campando a sus anchas por el sistema, pero con la seguridad y la felicidad que me aportaban contar con el Word. De momento es pronto para saber. Así que toca limitarse a esperar.
De momento he conseguido dejar de plantearme el funcionamiento de mi ordenador. Pero me temo que no basta. Por que igual que Philip K. Dick se preguntaba si los androides soñarían con ovejas electrónicas, yo pierdo el sueño preguntándome qué pasará por la mente de mi Word.
Y no sé si realmente quiero saberlo.
2 comentarios:
Es necesario que los virus pasen sus límites, pues solo eso nos da fuerzas para formatear el sistema, y formatear el sistema significa tener tu ordenador más ágil, más rápido, con más espacio para nuevos programas más útiles y mejores.
Nunca hay que dejar las cosas como estan si estas no avanzan, cuando algo no da resultados... hay que descartarlo! Que la vida es demasiado corta como para perder el tiempo con esas gilipolleces que nos impiden disfrutar de lo que sí daría resultados.
Y nunca hay que quedarse con las ganas de decir algo.
Así es que... a vivir que son dos días!! :D
Jo!
Nunca me habría imaginado que alguien se refiriese con tanto cariño al Word.
Esto me recordó a cierta película en la que todo lo bueno que había ganado una persona se debía a un cáncer, y claro, al curarlo se quedaba sin eso que había llegado a apreciar tanto, pero debía hacerlo o morir.
Un beso,
Astarosna.
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